Ni la ecología, ni el sentimiento ecologista son una
religión. Pero si así fuera… ¿Cuales serían sus mandamientos más importantes?
Parece bastante claro que estos mandamientos abogarían por el PACIFISMO (no
violencia o amor) y contra el CONSUMISMO (o la avaricia).
En este artículo no vamos a definir lo que es pacifismo ni
consumismo, contentándonos con invitar al lector a que intente definirlos.
Respecto al pacifismo hay poco que aclarar. Respecto al consumismo, lo que está
claro es que cada cosa que consumimos o compramos ha necesitado GASTAR ciertos
materiales y energía para su fabricación, aparte de muy posiblemente gasolina
para su transporte, uso de productos químicos y otros gastos. Todo eso, al
final se traduce en contaminar (tierra, agua y aire) y en desgastar y arrasar
nuestro querido planeta. En una de las más bellas obras que expresan el sentido
y el sentimiento ecologista, Joaquín Araújo arremetió contra el consumismo y
defendió el pacifismo (“indistinguible del pensamiento ecológico” según sus
propias palabras).
Lo curioso es que esos dos mandamientos están también
implícitos en todas las grandes religiones. Eso no quiere decir que todas las
religiones den la misma importancia a la Naturaleza. Mientras las religiones
orientales (budismo, jainismo, zen, sintoísmo…) integran al hombre en la
Naturaleza y lo hacen uno más, a las grandes religiones monoteístas (judaísmo,
cristianismo e islam) sólo les interesa el ser humano… es un Dios de humanos.
A continuación vamos a analizar una religión de cada uno de
esos grupos: el cristianismo (por ser la religión más extendida entre los
países hispano-parlantes), y el jainismo una religión de respeto máximo a la
Naturaleza.
Cristianismo, la religión del amor al prójimo
El fundador del cristianismo fue Jesús (Belén 4
a.C.-Jerusalén 33 d.C.), que nació en la pobreza y vivió en ella. A ese,
algunos le consideran Dios hecho hombre. Si nos figuráramos cómo habría elegido
Dios hacerse hombre, llegaremos a la conclusión de que esa es una de las
mejores formas. Dios, si existiera y quisiera hacerse hombre, no podría haber
elegido ser rey, ni gobernante, ni rico, ni influyente… ya que todos esos deben
adorar más al dinero que al mismo Dios, si es que creyeran en Él. Un rey (por bondadoso
que sea) no puede despreciar el dinero ya que dejaría de ser rey, por su propia
voluntad o destituido por algún motivo (demencia, casi con total seguridad).
¡Menudo Dios existiría si éste fuera avaro y gustara de atesorar riquezas y
exhibirlas públicamente para sentirse mejor adorado!
Podríamos resumirlo en una cita: “Hay más dicha en dar que
en recibir” (Hechos 20, 35). Pero los cristianos pueden encontrar más citas
interesantes en los evangelios, como (Mt. 5, 38-42; Mt. 10, 9-10; Mt. 22, 39;
Mt. 23, 27-28; Lc. 6, 37-38; Lc. 12, 15; Lc. 14, 33) y muchas más. Respecto al
pacifismo o la no violencia, quizás el pasaje más famoso sea el de la “mejilla”
cuando critica el “Ojo por ojo, y diente por diente” (Mt. 5, 38-44), pero hay
otras citas también interesantes (Mt. 5, 9; Mt. 5, 21-25; Mt. 5, 43-44; Mt. 22,
39; Mc. 9, 50; Mc. 12, 31; Lc. 9, 51-56; Lc. 10, 5; Lc. 24, 36). Ya en el
Antiguo Testamento, los 10 mandamientos (Ex. 20) incluyen también estos
mandamientos ecológicos.
En un pequeño libro titulado “La Iglesia que Quiso el
Concilio” (2001) el teólogo jesuita José Mª Castillo decía que con demasiada
frecuencia hay un “fanatismo fundamentalista” que “aglutina a gentes que buscan
en la religión una paz que, de hecho, les libera del compromiso por transformar
el mundo asombrosamente injusto en que vivimos”. En Semana Santa, por ejemplo,
muchas procesiones son un claro ejemplo de exhibicionismo impúdico de ese
“fanatismo fundamentalista” que, bajo un barniz de religiosidad cristiana,
demuestran no haber entendido nada del mensaje de ese Jesús de Nazaret, porque
es más fácil adorar a Jesús que seguirle… Otra de las fiestas cristianas más
celebradas es la Navidad y ahí tenemos otro ejemplo de despilfarro desmedido.
En vez de apagar las luces en señal de austeridad, se encienden más bombillas
que nunca, tanto en casa, como en las calles. Lo importante, parece ser, es
derrochar optimismo y vatios de energía. Al menos, a esos tres Reyes Magos (que
seguramente no existieron realmente, y que, en tal caso ni fueron tres, ni
fueron reyes, ni fueron magos) podríamos pedirles que sólo traigan juguetes SIN
PILAS, uno para cada niño del mundo y que ningún niño se lleve el de otro, que
no nos traigan ropa que no necesitamos y que estos Reyes no despilfarren tanto
por ciertos países y se vayan con su generosidad a donde más se les necesite.
Ante ese mundo “asombrosamente injusto”, ¿qué podemos
hacer?. José Luis Martín Descalzo, en su obra “Vida y Misterio de Jesús de
Nazaret”, clasifica lo que se puede hacer en varias categorías: a) “Algunos
reaccionan con actitud pasiva (…) Se reconocen impotentes ante las fuerzas del
mal”. b) “Otros se dejan caer en la angustia y el pesimismo (…) Se hunden en la
desesperación”. c) “Otros (…) se rebelan contra esta injusticia. Piensan que cambiando
ciertas estructuras [políticas o sociales] habrán derrotado para siempre el
dolor”. d) “Algunos filósofos se dedican a investigar las razones metafísicas
del dolor, aportan teorías, dan consuelos”. Sin embargo, hay una quinta
alternativa, que es la que adoptó Jesús: “descendió personalmente a la
injusticia, la curó en lo que pudo”. Parece que ayudó a quien se iba
encontrando por su vida, sin pretender ayudar a todo el mundo y sin dejar de
denunciar esas injusticias. ¿Acaso hay una forma mejor de actuar?
Bien es cierto que puede también criticarse al cristianismo
de no haber sabido dar a la Naturaleza la importancia que tiene y que, de
hecho, sí le dan otras religiones. En su libro “Ética Práctica” (2003), Peter
Singer decía que “en contraste con otras tradiciones antiguas, por ejemplo la
de la India, tanto para la tradición hebrea como para la griega los seres
humanos eran el centro del universo moral”. En la Biblia se da permiso al
hombre para que “señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en
las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la
tierra” (Génesis 1, 26). Peter Singer explica que “los que se interesan por el
medio ambiente afirman que debería contemplarse no como una licencia para hacer
lo que queramos con otras cosas vivientes, sino como una instrucción para
cuidar de ellas”, pero también añade que “hay poca justificación en el texto en
sí mismo para darle tal interpretación; y dado el ejemplo que Dios puso cuando
ahogó a casi todos los animales de la tierra con objeto de castigar a los seres
humanos por su maldad, no es de extrañar que la gente piense que no merece la
pena preocuparse porque se vaya a anegar el valle de un río” al construir una
presa. Parece dejar claro que nuestro consumismo y nuestro bienestar es
prioritario.
El mismo Jesús, que tanto amor predicaba hacia los seres
humanos, “destrozaba una higuera y hacía que se ahogara una piara de cerdos”
(cfr. Mt. 21, 18-19 y Mt. 8, 28-34). La pobre higuera no daba frutos pero es
que, como se dice en la Biblia, no era tiempo de higos. Por otra parte, no se
conoce que Jesús dijera nada sobre el respeto a los animales ni las plantas,
más bien llegaba a insinuar lo contrario (Mt. 10, 31). El periodista y escritor
Eduardo Galeano ya se daba cuenta de eso y en sus peticiones para un mundo
mejor añadía que “la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había
olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»”.
Algunos pensarán que no estamos dando una interpretación
correcta a algunos hechos bíblicos, pero nadie estaría en contra de que ese
mandamiento que propone Galeano tuviera el mismo rango que los otros. Quizás la
explicación última la da Peter Singer al añadir que “incluso en el marco de una
moral centrada en el ser humano, la conservación del medio ambiente tiene un
valor de la mayor importancia posible”, porque dañar la naturaleza es también
dañar al ser humano: Usar el coche influye en el efecto invernadero que está
haciendo cambiar el clima y subir el nivel del mar, lo cual afecta
negativamente a muchas personas. Lo mismo se puede decir de muchas actividades,
quizás todas basadas en el consumismo, que provocan lluvia ácida, contaminación
atmosférica, problemas con el agua, extinción de especies…
San Agustín también decía que “abstenerse de matar animales
y destrozar plantas es el colmo de la superstición”. Santo Tomás de Aquino
siguió a Aristóteles en su obra más importante, la Summa Theologica, llegando a
afirmar que “no hay posibilidad de pecar contra animales no humanos o contra el
mundo natural”. Singer reconoce que afortunadamente, el cristianismo tuvo
“espíritus más moderados (…) como san Basilio, san Juan Crisóstomo y san
Francisco de Asís, pero para la mayor parte de la historia cristiana no han
tenido ningún impacto relevante”.
En estos tiempos, es triste para nosotros constatar que el
Papa no ha criticado con la fuerza que nos gustaría ni el destrozo a nivel
mundial de la Naturaleza, ni el consumismo de los cristianos por Navidad
(especialmente en Europa), ni el despilfarro de oro y joyas de las imágenes que
se sacan en procesión por Semana Santa, ni… ni siquiera se atrevió a reprochar
al presidente de España su apoyo a la guerra de Irak de 2003 cuando pocos meses
después de su comienzo visitó España (recordemos que dicho presidente, el Sr.
Aznar, fue junto con los presidentes del Reino Unido y Estados Unidos los que
declararon la guerra a Irak en un acuerdo tomado en las islas Azores). ¿Alguien
cree que Jesús también se hubiera callado al tener la oportunidad de denunciar
alguna injusticia ante uno de sus causantes? En realidad, es que no se puede
identificar el cristianismo con ninguna jerarquía eclesiástica. Cualquier
jerarquía humana está basada en relaciones de “poder”, algo que jamás aceptó ni
promovió Jesús. En el libro “Jesús y el Poder Religioso” (2003), Carlos
Escudero resalta que el poder que se atribuye y ejerce el Papa no proviene del
Evangelio, y conociendo a Jesús podemos afirmar que él no aceptaría jamás ni
ser Papa ni estar sometido a él. José Luis Martín Descalzo, en la obra citada
anteriormente ya reconocía con duras palabras que “todo poder humano es
demoníaco”.
Jainismo, una religión oriental
Si nos alejamos del cristianismo es fácil encontrarnos otras
religiones y creencias que mandan respetar la Naturaleza. El número 10 de la
versión en español de la revista “The Ecologist” se dedicaba en especial a las
religiones, a propósito de un encuentro interreligioso celebrado en Barcelona
en Mayo de 2002. Allí, miembros de las religiones católica, budista, musulmana,
hinduista, indígenas y otras, coincidieron en la necesidad de cambiar el rumbo.
Por poner un ejemplo interesante, el Jainismo es una de las
religiones más antiguas del mundo y aunque algunos afirman que tiene orígenes
prehistóricos, parece que fue fundada por Mahavira (599-527 a.C.),
contemporáneo de Buda. Al contrario que el budismo, el jainismo no se extendió
fuera de la India. Los jainistas hacen cinco votos: renunciar a matar o hacer
sufrir seres vivientes (Ahimsa), a mentir (Satya), a ambicionar o robar
(Asteya), a los placeres sexuales (Brahmacharya) y a los vínculos mundanos
(Aparigraha, o desapego de lo material). La regla principal es la Ahimsa o la
no violencia en todos los aspectos de la persona: mental, verbal y físico. Los
jainistas tienen una profunda compasión por todas las formas de vida, basada en
la igualdad de las almas sin importar las diferencias en las formas físicas,
desde los humanos, pasando por las plantas y los animales, hasta los organismos
vivientes microscópicos. Un jainista tiene cuidado de no pisar ningún bicho al
andar. También es muy importante la Aparigraha, desapego a las cosas materiales
a través del control de uno mismo y de la limitación voluntaria de las
necesidades.
Por supuesto, los jainistas son vegetarianos, viéndose esto
como una forma de conseguir la Ahimsa. Un objetivo de su dieta es causar el
mínimo de violencia hacia los seres vivos (muchas formas vegetales incluyendo
raíces y ciertas frutas también están excluidas de la dieta jainista, debido al
gran numero de seres que viven por el ambiente en que crecen). Por otra parte,
como hizo Singer, el vegetarianismo también puede ser defendido desde un punto
de vista ético, no religioso. El gran pacifista indio Mahatma Gandhi
(1869-1948) bebió sin duda del Jainismo a lo largo de su vida y el ejemplo que
nos dio fue tan grande que el gran físico Albert Einstein (1885-1962) llegó a
decir de Gandhi que “las generaciones del porvenir apenas creerán que un hombre
como éste caminó la tierra en carne y hueso.”
¿Conclusiones?
Por todo lo dicho podemos concluir que ninguna religión ni
ninguna ética puede exigirnos cambiar el mundo. Lo que parecen pedirnos es que
nos cambiemos a nosotros mismos. Ese cambio ya es suficiente tarea. Cambiarnos
a nosotros mismos… para cambiar el mundo, pero… ¿Cuál debe ser el sentido de
ese cambio? La respuesta es simple y compleja: “Buscad y hallareis” (Mt. 7, 7).
Terminamos con una cita del teólogo brasileño Leonardo Boff:
“Una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere a
ser más, no a tener más”.